Camino a Podgorica, Montenegro
Después del horrendo viaje desde Mostar a Belgrado, y una estadía de menor a mayor en la capital serbia, llegó la hora de ir a Podgorica, Montenegro.
Qué alivio sentí al entrar y ver el micro, que era un lujo al lado del que me había llevado desde Bosnia: Asientos más cómodos, aire acondicionado funcionando bien, y un chofer menos psicópata. Empezamos bien. El camino hasta Montenegro atraviesa varias ciudades serbias, todas con cierto grado de prolijidad en sus edificios y calles, pero se volvían cada vez más precarias a medida que el camino alcanza la frontera. En el límite entre ambos países estuvimos casi dos horas. Inmediatamente después de los controles de migraciones, Montenegro nos recibió a todos los pasajeros con pilas y pilas de basura. La ruta, al ser de montaña, nos ubicaba a una altura considerable, brindándonos una vista completa de la mugre que cubría las laderas de las montañas y los ríos que las recorren. El contraste entre la belleza natural y los desechos fue impactante, y por eso todos comentaban algo al respecto. Recorrida menos de una hora, llegamos a una ciudad muy pequeña y precaria. Edificios sin terminar que fueron ocupados por los habitantes, carteles muy derruidos, más basura, y calles internas arruinadas. Sería el primer ejemplo de lo que vendría durante las próximas horas. El panorama se mantuvo así por largo tiempo, aunque de ciudades pequeñas pasamos a ver aldeas, conformadas por casas antiguas. En todas había cabras, vacas y/o gallinas dando vueltas, con gente trabajando la tierra. Vale mencionar que incluso las residencias más remotas tenían un poste de tendido eléctrico al lado. La energía parece llegar a todos. Montenegro se ve escasamente poblado, y a eso hay que sumarle que existen ciudades abandonadas (no sé si por completo). En un momento del viaje, salimos de la ruta montañosa y dimos con un valle sobre el que estaban erigidas unas cuantas construcciones, y también una fábrica con una chimenea gigantesca que se veía a varios kilómetros; pero ni una sola persona. Tras abandonar este paisaje, comenzamos a cruzarnos con las primeras villas turísticas de montaña, con vistas impresionantes y algún que otro río. Poco después daríamos con Podgorica que, por lejos, fue la menos encantadora de todas.
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