Durmiendo con una kazaja en Almaty, Kazakhstán
Bueno,
definitivamente la llegada a Almaty fue muy distinta a la de Estambul. Para que
se den una idea, terminé despertándome a las 13 en la casa de una piba con la
que… ehm, no les voy a arruinar la sorpresa. Let’s go!
Todo empezó
en el avión Kiev-Almaty, viajando en la económica Ukraine Airlines, donde todo
el personal de a bordo mide más de 1,85. Me tocó el asiento de la ventana. Al
lado mío no había nadie, y sobre el pasillo estaba una mujer que, apenas terminó
el despegue, se cambió al fondo para dormir en las filas con lugares libres (el
avión a lo sumo tendría un 40% de ocupación).
A mitad del
viaje, un bebé empezó a llorar a los gritos, confabulando con el ruido de las
turbinas para quemarnos la cabeza a todos los pasajeros. Minutos más tarde, llegó
una chica a sentarse en el lugar que había abandonado la mujer que se había ido
al fondo: “Perdoná, es que tengo al lado a ese bebé que llora, y no lo soporto,
¿no te molesta si me siento acá?”. Le hice ademán como que no había problema, y
se ubicó. Yo ya venía cabeceando, por lo que no tardé mucho en dormirme. En
esta parte del viaje, las luces del pasillo ya estaban apagadas.
En general,
dormir en cualquier transporte no suele ser una experiencia de gran comodidad.
Por eso, cuando ya no te da la espalda para mantener una posición determinada,
te despertás y te reacomodás. Cada vez que hacía esto, notaba que la piba me
miraba fijo entre la semioscuridad que primaba en el avión, pero no me hice
mayor problema: “Debe ser porque estoy todo barbudo y seguramente sea el único
extranjero en este avión. Me cabe por bicho raro”, me dije, y volví a pasear
por el onírico.
Lamentablemente,
no pude seguir durmiendo porque se me acabó la batería del celular y, por ende,
la música, dando vía libre al protagonismo del llanto del bebé. Casi sin
opciones, saqué el libro que me traje, y empecé a leerlo por tercera vez en lo
que va de esta travesía.
Cada tanto
levantaba la mirada, y me daba cuenta que la flaca seguía observándome fijo.
Medio consternado, cambié el tono de mi voz interior: “¿Qué onda esta atrevida?
Vamos a devolverle la mirada”. La observé fijamente y sonreí, como buscando que
con eso terminara su fetiche.
Efectivamente,
empezó a mirar menos, y se dispuso a inaugurar una seguidilla de comentarios
relacionados al bebé gritón. Aunque despierto, mi cerebro todavía no asimilaba
la frustración de no poder seguir remoloneando, así que mucho margen de
respuesta no tenía para darle. Cuando el bebé al fin se calmó, nos dormimos los
dos, con el asiento del medio separándonos.
Un par de
horas después, las luces del avión se encendieron, y ambos amanecimos. No
pasaron ni diez minutos, que me clavó la mirada de vuelta, y ante mi gesto de
“¿Qué onda?”, me preguntó de dónde venía. Charlamos un rato y me comentó que ella
arrastraba un viaje desde Londres, haciendo escala en Kiev, y que ahora ya
estaba avanzando hacia el destino final, Almaty. “Hace tres años que no vuelvo
a casa, va a ser raro reencontrarme. Estoy estudiando en Londres, y la verdad
no planeo irme de allí, no me gusta Kazakhstan, pero quiero ver a mi familia y
amigos y, de paso, renovar mi visa”, relató.
El avión
aterrizaba a las 4 de la mañana en Almaty, lejos del horario del check-in en el
hospedaje que había reservado, así que mi plan era dormir en el aeropuerto
hasta que se hiciera de día o, en su defecto, jugármela de una con un taxi
hasta el hostel, y de última tirarme en la recepción.
Tras la
pésima experiencia con los taxis en Estambul, le pregunté qué onda los choferes
en Kazakhstan, y básicamente me explicó que es “muy peligroso” tomárselos,
porque “muchos están involucrados en redes de trata de personas”. “Si sos
mujer, nunca podés tomártelo sola”, me juró.
Cambiamos
de tema, y me consultó si tenía con quién encontrarme en Almaty. Ante mi negativa,
me dijo cuarenta veces que no era bueno andar solo por este país, y que tuviera
muchísimo cuidado. Luego de las advertencias, determinó: “¿Sabés qué? No hagas
tiempo en el aeropuerto, venite a mi casa, total, mi papá está de viaje. Te
quedás hasta cuando quieras, y de ahí vas para el hotel. Vamos a pasarla bien
juntos”. Como con prácticamente todas las propuestas que me hicieron en este
viaje, acepté.
Aterrizamos,
y nos quedamos charlando más o menos media hora, mientras esperábamos por dos
amigos de ella, que iban a pasar a buscarla en el aeropuerto. En eso, llamó a
su madre para avisarle que iba conmigo. Su padre no estaba porque, debido a su
trabajo (militar), tuvo que trasladarse a la frontera por algún tiempo.
Cuando
llegaron (un chico y una chica), la saludaron con abrazos a ellas, y con un
“hola” un poco menos que formal a mí. El pibe estaba tranquilo, pero la amiga
tenía cara de “WTF, ¿vamos a tener que estar con un extraño que acabaste de
conocer?”. Y… sí.
El flaco se
fue enseguida (parece que sólo acompañó a la amiga de la chica hasta la
terminal), y los tres que quedamos nos tomamos un taxi hasta la casa.
Atravesamos
varios kilómetros de avenidas, y terminamos en un barrio de estilo soviético, con
algunos pasajes internos. Salimos del auto y entramos al departamento, donde la
madre recibió a la chica que había vuelto a casa con mucha alegría. Saludé con
el máximo nivel de respeto posible, y me ofrecieron bañarme antes de desayunar.
Me pegué un
duchazo y, una vez fuera, la mujer nos sirvió a los tres la comida. La amiga de
la piba, por cierto, ya estaba mucho más tranquila, y hasta se tiró a conversar
conmigo, aunque ella no habla inglés ni yo kazajo.
El desayuno
consistió en arroz con albóndigas, un par de salsas de queso del supermercado,
y LECHE DE CABALLO GASIFICADA, que tiene sabor a agua tónica con vinagre. También
había pan, estilo lactal.
Cuando
terminamos de comer y charlar entre los tres, la madre (que se había ido a no
sé dónde mientras desayunábamos) me preparó una habitación, y me dijo que por
favor descansara. Al principio rechacé la idea por cortesía, y comenté que no
tenía problema en ya irme a mi alojamiento, pero la mujer y su hija
insistieron.
Quedamos
con la piba que tipo 12 nos íbamos los tres, ella y su amiga a tramitar su
visa, y yo a mi hostel.
A eso de
las 13 la flaca vino a mi cuarto y me despertó. Me calcé, y salimos.
Paramos un
¿taxi? en la avenida (en realidad, era un auto random que cobraba tarifa) y
enfilamos hasta donde ellas tenían que ir, y de ahí yo me tomé otro hasta mi
hostel.
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