¿Por qué me prohibieron la entrada a Kazakhstán durante un año?
Almaty, Kazakhstán, 00:07. Próximo destino: Kiev, Ucrania.
Llegué 5 horas antes que saliera mi vuelo. En parte porque
siempre llego tempranísimo a los aeropuertos, y también porque calculé mal con
el taxi. La última vez que había pedido uno en Almaty, había demorado alrededor
de una hora en pasar a buscarme. No quería correr el riesgo de perder el avión
pero, al final, el coche llegó a tiempo, y no me quedaba otra que matar unas
cuantas horas ahí.
Antes de entrar, con mochila puesta y todo, me prendí un
cigarrillo, y me acerqué al cenicero. Ahí estaban cuatro kazajas altísimas. En
Almaty podés encontrarte muchas chicas así, pibas que pasan el 1,80 con rasgos
medio coreanos, blancas como la nieve y a veces teñidas de rubias. A pesar de
haber pasado muchos días en la ciudad, nunca terminé de acostumbrarme al hecho de
cruzarme gente así. Alguien dijo por ahí que siempre es bueno no perder la
capacidad de asombro.
Más tarde, el grupito se fue, y yo les seguí instantes
después. Crucé la entrada, y me hicieron pasar la mochila por un control de
rayos X. “Abra la mochila”, me dijo una policía. “¿La grande o la pequeña?”, le
pregunté y, con cara de orto, me replicó: “Ahora vas a abrir las dos”.
Le mostré mis dos mochilas. La pequeña no llevó mucho
tiempo, ya que es casi un bolso de mano, pero la otra demoró un rato más largo.
Después de mirarme todo lo que tenía adentro, sacó una tableta de ibuprofeno
empezada del bolsillo de adelante, y me preguntó:
-¿Qué es esto?
-Ibuprofeno.
-No sé qué es eso, ¿son narcóticos? –replicó, bajando la
cabeza y levantando las cejas.
-No, no, son medicinas, para el dolor de cabeza –contesté
enseguida, siendo muy consciente del peligro que podés correr con que sólo se
nombre la palabra “narcótico” en un aeropuerto ex soviético.
-¿No es narcótico? –insistió, mientras otro oficial se
acercaba a observar qué estaba pasando.
-No, oficial, sólo es medicina.
Desconfiada, acercó la tableta a su nariz, olfateó un par de
veces, y volvió a clavarme la mirada: “Está bien, podés pasar”, esgrimió,
despachándome. Particularmente, me moría de ganas de preguntarle por qué agarró
sólo los ibuprofenos, siendo que tenía cualquier cantidad de medicamentos en
ese bolsillo. Pronto entendí que no hubiera sido buena idea.
Volví a empacar las cosas en mi mochila, y tomé asiento. Me
quedaban unos cuanto tengues (moneda de Kazakhstán) para gastar, así que fui al
kiosko, y los liquidé en cigarrillos. Entré y le pedí a la empleada los
cigarros. Como los números eran muy pequeños, no podía ver el precio, pero sí
la marca:
-¿Me das dos cajas de esos? –dije a la kioskera.
-Ok –contestó, mientras los agarraba.
La chica los puso en el mostrador y, con una calculadora, me
mostró el precio.
-Ah, pará… Si cuestan eso, te llevo dos más –pedí, señalando
el mismo sector del que había sacado las cajas.
-Ok.
La piba guardó las dos cajas que le había solicitado, y las
cambió por otras dos, de la misma marca, volviendo a quedar en el mismo precio
final. La miré, extrañado, y pregunté:
-¿Y las otras dos?
-Dos cajas, este es el precio.
-No, ya sé, pero quiero llevar cuatro.
-¿Cuatro?
-Sí, cuatro.
-¿Y POR QUÉ NO ME DIJISTE ANTES? –arrojó, levantando la voz
notoriamente.
No contesté, y me dio las cuatro cajas. Una vez que le
pagué, le hablé en mi mínimo ruso:
-No entiendo...
-¿Hablás ruso? –preguntó.
-Muy poco. No entiendo por qué me hablaste así…
-No me gusta mi trabajo -creo que dijo.
Le hice un gesto de “Ok, todo bien”, y me fui. Todavía
quedaban varias horas para liquidar en el aeropuerto.
Para volver, en lugar de tomar un avión, hice la misma
travesía que a la ida: Tashkent-Shymkent-Almaty. Sólo que, en esta ocasión,
hice todo el tramo en tren.
Cuando el transporte frenó en la frontera uzbeka demoró
muchísimo tiempo, pero no hubo mayores inconvenientes. En adición, toda la
tonelada de papelerío que me habían hecho tramitar no me la pidieron. Gracias
por nada.
Pronto avanzamos hasta el sector kazajo, y enseguida
empezamos a escuchar como golpeaban los costados del tren. Segundos más tarde,
se escuchó un pitido de silbato, y un guardia subió al vagón, gritando no sé
qué carajo en ruso, y después (también a los gritos) empezó a ir cabina por
cabina diciendo “DOKUMENT, FAMILIA”, tras lo que había que darle el pasaporte,
y decirle tu apellido.
Cuando llegó mi turno, miró mi pasaporte, y me dijo:
“¿Argentina? Blej –simulando como si fuera a escupir o vomitar- ¿Argentina?
¿Familia?”.
-Bitocchi –le contesté.
-No, no es así. Aquí dice BitoCHI, no BitoKKI –fue su devolución,
todavía eufórico.
-Es un apellido italiano.
-¿Entonces sos italiano o argentino? ¿Eh?
-Argentino. BitoCHI está bien –apuré, notando que este tipo
era un energúmeno total.
Se llevó mi pasaporte, y me dio la mini tarjeta de
registración para completar (es un papelucho, y lo tenés que guardar). La
completé de la misma forma que había hecho la primera vez que entré al país.
Diez minutos más tarde, regresó al vagón, y examinó cabina por cabina, hasta
llegar a la mía.
Cuando lo tuve nuevamente frente a mí, le di el papel, y me
miró con odio absoluto:
-¿POR QUÉ NO COMPLETASTE ESTO? –indicó, señalando dos
espacios que había dejado en blanco.
-Cuando llegué al país por primera vez, el mes pasado, el
oficial me indicó que no completara esos campos, ya que no tengo hijos ni
tampoco tengo una visa que solicitar.
-¿Y A MÍ QUÉ ME IMPORTA?
-…
-DAME UNA LAPICERA –exigió, y le di la mía. Intentó escribir
un par de veces, y realmente la birome andaba para la mierda. Volvió a mirarme
con odio- ¿ES UNA LAPICERA ARGENTINA, NO?
-No sé –atiné a decir.
-SÍ, ES ARGENTINA. BLEJ, BLEJ –esbozaba, otra vez emulando
un escupitajo o vómito- YO TENGO MI LAPICERA RUSA, DE PRIMERA CALIDAD. ASÍ ES
CÓMO SE ESCRIBE.
-…
-A VER, ¿HIJOS?
-No.
-¿VISA?
-No.
-¿TAN DIFÍCIL ERA? BLEJ, ARGENTINO –agredió, luego de anotar
con su elegantísima birome rusa, y se largó.
Pronto, el tren arrancó.
En definitiva, habiéndose enturbiado para esa altura mi
aprecio por los kazajos, creí conveniente simplemente sentarme en la zona de
espera del aeropuerto, mientras miraba una telenovela rusa; que trataba de una
mujer que era la jefa de un grupo de mafiosos, y que se andaba cobrando ciertos
favores. Estaba actuada en clave Estevanez.
Preso de un embole absoluto, me paré a mirar la pantalla de
vuelos y, con sorpresa, vi que estaban haciendo el check-in para el de Kiev. Si
bien faltaba bastante, agarré mis cosas, y fui a hacer el tramiterío.
Una vez realizado, dudé, dudé y dudé, hasta que me decidí a
hacer el control de pasaporte, para dejar legalmente Kazakhstán. Hice la fila,
y enseguida fue mi turno. La chica me sacó la foto, revisó mi pasaporte y,
antes de sellármelo, frenó el procedimiento. “¿Tarjeta de registración?”, pidió,
y se la di. Una vez que la miró, canceló el sellado de mi pasaporte, y
enseguida entendí que esa madrugada sería muy larga.
-¿Dónde está el registro de migraciones? –me dijo.
-Ahí están los sellos, son dos, en la tarjeta de
registración –expliqué, señalándoselos.
-No, esos no –insistió, con un pobrísimo inglés- Otro
registro, cinco días, migraciones.
-¿Querés llamar a alguien que hable inglés? Así nos
entendemos mejor.
La chica llamó a un policía muy relajado, bastante joven,
que me saludó, y luego me tradujo:
-Señor, lo que ella pregunta es dónde está el registro de
migraciones.
-¿Qué es eso?
-Es un registro que tiene que hacer cuando está más de cinco
días en el país.
-Pero yo no necesito visa, ¿tengo que hacerlo igual?
-Se hace aunque no necesite visa.
-¿Dónde lo puedo hacer?
-Ya es tarde, señor, han pasado siete días desde que llegó a
Kazakhstán.
-¿Y qué puedo hacer?
-No se preocupe, podrá salir del país, aunque debe esperar a
que mi compañera haga un pequeño procedimiento.
-Te agradezco muchísimo tu ayuda.
-No, por favor, un placer poder servirle.
La chica del control de pasaporte hizo unas cuantas
llamadas, hasta que finalmente apareció alguien que le trajo unos papeles, que
llenó con un pequeño texto, y luego me hizo firmar. Me sacó una nueva foto, y
otra vez se dispuso a sellarme el documento. Sin embargo, algo la detuvo una
vez más:
-Señor, esta es su segunda vez en Kazakhstán…
-Sí, ahí están los sellos de entrada y salida de la vez
anterior –comenté.
-Cuando usted salió la vez anterior del país, ¿había hecho
la registración tras los cinco días de estadía?
“Carajo –pensé- ¿Qué le digo?”. Si le decía la verdad, se me
venía la noche pero, si mentía y lo descubría, directamente iba preso. Me la
jugué:
-No. No hice la registración esa vez.
La chica me miró con desconfianza.
-¿En serio?
-Sí, en serio –confirmé.
-¿Y tampoco lo hizo durante esta segunda estadía?
-Tampoco.
-¿Por qué no lo hizo?
-Porque realmente no sabía. Si hubiera estado al tanto, lo
habría hecho.
-Señor, le voy a pedir que espere allí –solicitó, señalando
un punto específico al lado de la pared. Ahí me paré, mientras ella todavía
tenía mi pasaporte en su cabina, y hacía una llamada por teléfono. Instantes
más tarde, llegó un policía.
El hombre me saludó en ruso, y le contesté. Me preguntó si
hablaba el idioma, y le dije que no. Tras esto, me miró a los ojos varios
segundos, y después me dio unas vueltas para ficharme. Me miraba la ropa, las
zapatillas, y cualquier otra cosa que le llamara la atención. Para ese momento,
mi mochilota estaba despachada, por lo que sólo tenía mi bolso de mano y una
bolsa con souvenirs.
Después de la intensa relojeada, el policeman se fue, y
volví a quedar solito contra la pared, pero no por mucho tiempo. El mismo tipo
de hacía un rato regresó, pero acompañado por otro policía con el que, de
alguna forma, nos comunicamos:
-No te registraste a los cinco días –lanzó.
-No.
-¿Por qué?
-Porque no sabía.
-¿Por qué no sabías?
-Porque nadie me avisó.
-¿No? Mirá… -dijo, mostrándome la tarjeta de registración-
Aquí dice en ruso, kazajo e inglés: “A los cinco días deberás registrarte”.
Mi cara se transformó, al tiempo que no podía creer lo
boludo que había sido, de no leer el maldito papel. “Tenés razón”, fue lo único
que pude contestarle, haciendo un gesto de “¿Quién me mandó a ser tan
imbécil?”. El sujeto me puso cara de lástima, ladeó la cabeza, y se fue.
Volví a quedar solo en mi lugar de penitencia, y pronto el
militar que antes llevaba al perro volvió a pasar por el pasillo (ya sin el
animal) y, mientras caminaba, me dijo “estás en problemas, ja ja”, riendo
cínicamente.
“¿Qué mierda pasa?”, me dije, pensando dónde estaría el
flaco que había traducido inicialmente a la chica del control de pasaporte. Mi
primer atisbo fue acercarme a la cabina, y pedirle a la piba que lo llamara
pero, apenas amagué a dar un paso, vi a mi derecha cómo un policía (el mismo
que me había relojeado la primera vez) me observaba fijamente.
El sujeto se dio cuenta que casi doy un paso, y se acercó
casi corriendo al grito de “¡¿Qué estás haciendo?!”. “Disculpá, quería
preguntarle a ella si podíamos llamar a algún traductor”, respondí, pero el
tipo fue determinante: “¡Te dijimos que te quedaras acá!”.
Pedí perdón, y me quedé quietito. Pasados algunos minutos,
apareció el policía traductor, junto con el que me vigilaba. El primero en
hablar fui yo:
-Perdón que te moleste con esta situación, pero no entiendo
qué pasa…
-No se haga problema, para mí es un placer ayudar –me juró.
-Muchas gracias. Entonces, ¿qué pasa?
-Lamento decirle que está en graves problemas.
-Uf, ¿qué hice?
-¿Recuerda que antes le dije que, ante la irregularidad en
el registro de migraciones, mi compañera sólo debía hacer un pequeño procedimiento?
-Sí.
-Bueno, eso era así. El problema es que yo no sabía que
usted ya había salido antes del país. Según entiendo, usted salió para
Uzbekistán, y luego volvió.
-Exactamente.
-Y usted en esa primera estadía en Kazakhstán tampoco se
había registrado luego de cinco días.
-Eso mismo.
-Bueno, eso conlleva pena de prisión en nuestro país.
-Oh por Dios… ¿Qué puedo hacer?
-Mi consejo es que espere aquí, y que no haga alboroto.
Tampoco saque el celular. Espero que no haya tomado fotos del aeropuerto.
-Ok. ¿Y mi vuelo?
-Señor, tiene cosas más graves por las que preocuparse
ahora.
-Esperaré aquí entonces, ¿vos podés ayudarme con las
traducciones?
-Depende quién se encargue del asunto. Si los militares se
involucran, lamentablemente no podré estar ahí.
-¿Cómo es tu nombre?
-Alik.
-Gracias, Alik.
-De nada.
El policía bueno se fue, y quedé a solas con el otro, que
seguía mirándome de arriba abajo. Luego volvió a su punto de vigilancia, aunque
sin quitarme los ojos de encima. En este punto, los nervios empezaban a
escalar, pero sabía que no podía quebrarme ni entrar en crisis, porque en las
denominadas “fuerzas de seguridad” siempre hay muchos sádicos dando vueltas.
Ahí sí me tocó esperar un rato bastante prolongado en
soledad, hasta que apareció un policía que no había entrado en escena hasta ese
entonces. Era considerablemente más alto que yo (mido 1,91), y se acercó a mí
como si estuviera marchando. Me dijo algo, pero no le entendí, y siguió
caminando. Apenas dos pasos después, frenó, se dio vuelta, y me gritó.
Nuevamente, no entendí que dijo, pero supuse que tenía que seguirlo.
Dimos un par de vueltas, y terminamos en una oficina. El
sujeto me dejó ahí.
Esperé (de pie) un rato largo más, y después cayó una mujer
gigantesca por donde se la mirara, de voz gutural y rostro fantasmagórico.
Regia como una montaña, ingresó caminando con armonía militar, y tomó asiento.
-¿Hablás ruso? –preguntó.
-No, disculpe.
-Pero me estás contestando en ruso.
-Sí, pero sólo sé decir esto.
-Entonces no me digas que no hablás en ruso.
-Disculpe.
-¿Qué te acabo de decir?
A partir de ahí, no hablé más. La mujer tenía mi pasaporte
en sus manos, y estaba completando un formulario en el escritorio. Eran como
cuatro páginas, y parecía no terminar más. Una vez que finalizó, me preguntó
(como pudo) en inglés:
-¿Por qué viniste a Kazakhstán?
-Por turismo.
-¿Por qué estuviste dos veces?
-Porque desde aquí entré y volví de Uzbekistán.
-¿A qué fuiste a Uzbekistán?
-A hacer turismo.
-En tu pasaporte dice que hace mucho te fuiste de Argentina.
¿Por qué dejaste tu país?
-Para hacer turismo.
-¿Dónde trabajás?
-En un sitio web.
-¿Sitio web? ¿De qué? ¿Farmacia?
-¿Farmacia?
-Sí, medicinas.
-No.
-¿Tecnología?
-No.
-¿Pornografía?
-No.
-¿Periodismo?
-No.
-¿Dé qué es?
-Recursos humanos.
-No sé qué es eso. ¿Por qué no fuiste a migraciones para
registrarte?
-No sabía que había que hacerlo.
-¡LO DICE EN LA TARJETA! –gritó, de repente.
-…
-¿ENTENDÉS?
-Por supuesto.
-¡NO HAY QUE ROMPER LAS REGLAS DE KAZAKHSTÁN! ¡NADIE DEBE
ROMPERLAS!
-Estoy de acuerdo.
Ahí la mina empezó a vociferar algo que no entendí, y así
varias frases, hasta que le dije que realmente no entendía lo que me decía.
“¿No podemos buscar un traductor?”, le pedí, en medio de su bronca. Siguió
gritando, y la interrumpí con un “Alik, Alik habla inglés, por favor”.
La mujer se retiró, y luego volvió con Alik, que me saludó:
-Hey, señor, con que sigue en problemas, ¿eh? Je je.
-Sí, no entiendo qué me dice, ¿podrías ayudarme?
-Claro.
El policía le preguntó a la mina qué pasaba, y la mujer
arrancó un monólogo larguísimo, con un par de golpes a la mesa y gestos de
indignación. “Dice que no deberías romper las reglas de Kazakhstán, que tiene
razones para enviarte a prisión”, me explicó el flaco. “Por favor, decile que
no quise romper las reglas, que jamás querría faltarle el respeto a
Kazakhstán”, le rogué.
Alik trasladó mi mensaje, pero la respuesta de la señora fue
tajante: “No me interesa”. Me agarré la cabeza, y jugué una de las cartas de
emergencia:
-Ay, mi madre me mataría si supiera que rompí las reglas
–casi que susurré.
La oficial, enfurecida, preguntó qué dije. Alik tradujo.
Ella repreguntó.
-Ella pregunta a qué te refieres con que tu madre te mataría
–tradujo el policía.
-A que estaría muy avergonzada si supiera que rompí las
reglas, yo debo honrar a mi madre, porque me ha dado la vida. En esta bolsa
aquí, ¿ves, esta? Le llevo souvenirs, porque sé que le gustan.
Alik volvió a traducirle a la señora, que miraba
desconfiada. Y continué:
-Pedile mis más sinceras disculpas, en nombre mío y de mi
familia, por favor. Si no tengo forma de evitar un castigo, te pido por favor,
Alik, si podés enviarle los souvenirs a mi madre, sería muy importante para
ella –dije, levantando la bolsa.
El flaco volvió a traducir. La súper mujer seguía mirando
desconfiada, aunque con intriga. Su mirada se fijó en la bolsa, y persistí:
-Mirá, aquí te muestro algunos regalos –comenté, mientras
abría la bolsa- Aquí tengo una representación de un edificio histórico de Uzbekistán;
aquí un pañuelo de seda de su color preferido; y aquí algunas medallas que le
gustarán –seguía, mientras sacaba las cosas. La última que saqué fue una
medalla de Lenin.
El policía bueno, una vez más, tradujo, y la señora
preguntó: “¿Lenin?”. “Sí, Lenin”, dijo él.
Luego de dudar unos segundos, la oficial hizo un gesto con
la mano como “No, dejá, no saques más cosas”, y agarró un formulario distinto
al anterior. Éste era más corto.
Una vez más, se abocó a llenarlo, mientras yo guardaba los
souvenirs en la bolsa. Alik, mientras tanto, parecía dudar entre si decirme qué
pasaba, o si dejar que el silencio hiciera su trabajo. Lo miré de reojo y, por
debajo de la línea de visión de ¿su jefa? me hizo un gesto con la mano, para
que esperara.
Al rato, cuando el formulario estuvo completo, la señora me
lo entregó, y me pidió que firmara. Le pregunté a Alik qué decía: “En tu lugar,
firmaría”, fue lo único que atinó a responderme. No me animé, porque estaba
absolutamente todo en cirílico, y temía estar accediendo a cualquier cosa. Ante
mi pausa, la mujer volvió a gritar: “¡FIRMÁ, FIRMÁ!”. Y bueno, firmé.
Ya con mi firma en todas las hojas del formulario, la mujer
explicó algo, y Alik tradujo: “Acabas de comprometerte a que, durante un año,
no romperás las reglas de Kazakhstán”. “¿Eso solo?”, repliqué, confundido.
“Señor, esas palabras son una formalidad. Si usted no quiere ir a prisión,
mejor no venga a nuestro país durante al menos un año”, explicó, casi risueño.
“Entendido”, contesté, tras lo que hice un gesto para saludar a la oficial, que
se despidió tanto de Alik como de mí.
Antes de que cruzáramos la puerta, sin embargo, nos frenó, y
le dijo algo al policía. “Ella quiere saber de qué trabaja usted”, tradujo, y
le contesté: “En recursos humanos”. Esto derivó en una explicación como de diez
minutos de Alik, con repreguntas de la mujer. Parece que los RR.HH. son un
tópico controvertido en Kazakhstán, ¿no podría haberme inventado otra
profesión?
Finalmente, salimos de la oficina, y le agradecí por
millones al policía:
-En serio, me salvaste la vida ahí adentro.
-Señor, no es para tanto, las cárceles de Kazakhstán no son
tan malas… ja ja –bromeó.
-Ja ja, bueno, te deseo lo mejor, merecés un ascenso después
de esto.
-Muchas gracias pero, en serio, no vuelva a este país en el
próximo año, no va a pasarla bien.
Nos dimos un fuerte apretón de manos, y me dirigí a la zona
de embarque. Enseguida me metí a la cabina de fumadores, ansioso por fumarme
diez atados. Encendí el pucho y, pensando en todo lo que había pasado, empecé a
reírme solo, ante la absoluta indiferencia de los demás fumadores.
Media hora después, subí al avión.
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