Resumen de Los Balcanes
Para
despedir a los Balcanes, comentarios aleatorios sobre las ciudades que pasé.
Recuerden que lo escrito a continuación es mi perspectiva, y no la verdad
absoluta:
1. Sarajevo,
Bosnia & Herzegovina: El primer amor.
Fue el
primer choque cultural. De repente, mujeres con velo en la calle, un ejército
de hombres flaquitos, blanquísimos y rapados por doquier, y una estética
edilicia con la que no estaba familiarizado. Caló hondo la primera impresión,
pero no fue sólo eso.
Sarajevo
tiene una identidad muy marcada por la guerra, y es lo que la hace diferente a
las demás capitales balcánicas. Allí la muerte y la destrucción no son un viejo
registro histórico, al contrario, la gente que da vueltas por las calles estuvo
ahí: Abuelos, padres, e hijos. Alcanza con ver las marcas de balas en los
edificios para entender que el asunto no se quiere olvidar y, lo que es más,
buscan que todos los turistas lo sepan.
Por suerte,
mi vuelo para volver a Argentina sale desde esta ciudad. Va a ser un hermoso
reencuentro.
2. Mostar,
Bosnia & Herzegovina: Decepción.
Mucho tuvo
que ver el haber ido desde Sarajevo porque, al lado de ella, Mostar no parece
Bosnia. Se puede notar que hubo guerra, porque también hay edificios baleados y
destruidos, pero no hay menciones notorias a ella en los museos. Además, la
gente que trabaja en turismo en general te dice “de eso no hablamos”, a veces
con algún que otro aditivo al estilo “preferimos contar cosas felices”.
No hay nada
para objetarle en términos de “cosas para hacer”, pero silenciar una guerra
(donde hubo un genocidio de por medio) parece un poco arriesgado a la vista del
viajero.
Por
supuesto que esto tiene explicación, y aunque no pude hablar con profesionales
del tema, el argumento esgrimido es el siguiente (simplificado): Bosnia y
Croacia luchaban juntos contra Serbia en Mostar. Sin embargo, cuando echaron a
los serbios, los croatas le declararon la guerra a los bosnios, y bombardearon
la ciudad (al punto de destruir el puente histórico, hoy reconstruido).
Actualmente, la hegemonía económica y política de la ciudad la tienen los
croatas, que salieron favorecidos tras el conflicto bélico y, aparentemente,
decidieron no comentarlo nunca más.
La historia
la escriben los que ganan o, como en este caso, queman los libros.
3. Belgrado,
Serbia: De menor a mayor.
La llegada
a Belgrado fue malísima. Pasé más o menos catorce horas en uno de los peores
micros del viaje, y luego llegué a un hostel de mala muerte recontra ilegal,
que no tenía la habitación que había reservado. “Bueno, dije, vamos a caminar
por la ciudad para despejarnos”, me dije y, tras 10 cuadras pateando, me doblé
el pie. Fuck.
Sin
embargo, todo después mejoró, y me topé con que los serbios son realmente
agradables, las pizzas muy ricas, y que Belgrado es una ciudad con muchísima
historia. Hay un ambiente de buen humor en las calles, y se te termina
contagiando, incluso aunque tu hostel sea un antro.
Como
mención especial, quisiera decir que el museo de Nikola Tesla es sencillamente
asombroso. Es una lástima que los demás no estén a la altura, y en sus
exposiciones den por hecho muchas cosas con las que un turista no está
familiarizado.
En cuanto a
gastronomía, siempre muy profesional, hasta en el último cafetín pedorro te van
a dar el mejor servicio con lo que tengan a mano.
Un par de
días más ahí no hubieran venido mal.
4. Podgorica,
Montenegro: Soledad y depresión.
No hay
nadie en Podgorica. Podés caminar 10 cuadras seguidas sin cruzarte a un solo
ser humano, aunque el ruido de los autos en las múltiples avenidas es
constante. La explicación es que en la capital montenegrina no vive mucha
gente, y a eso hay que sumarle que llegué en época de vacaciones, cuando ni las
escuelas ni la universidad funcionan en la city.
Particularmente,
fue una linda estadía para usar el tiempo para escribir y caminar hacia las
zonas rurales, donde usualmente no hay cercas en los campos, por lo que los
animales a menudo te cruzan por delante. También hablé mucho con la chica del
hotel.
La
sensación en la ciudad como turista es esa, soledad. Y en un viaje de 4 meses
se siente muy simpático poder tener algo de ella, incluso aunque estés en la
capital de un país.
En este
sentido Podgorica, tiene toda la pinta de una ciudad deprimida: edificios
nuevos por doquier; muchas avenidas perfectamente sincronizadas; nada de gente
en la calle; rodeada de montañas; y con todos los vestigios del comunismo
sepultados. La actitud de la gente, en esta línea, no ayuda a confirmar lo
contrario: Hablar con un podgoricense es leer en sus ojos cómo cuenta los
minutos esperando la muerte.
5. Tirana,
Albania: Un golpe de aire fresco.
En
comparación con los países de la ex Yugoslavia, Tirana es una fiesta.
El primer
cambio fue que la gente efectivamente sonríe con frecuencia en la calle, y que
el tráfico era un completo pero armonioso desorden. Cuando crucé la plaza
central al bajar del micro, un pibito me dijo algo, y le hice señas de “No
entiendo”, y me contestó en su inglés “Ah, ¿no hablás albanés? ¡No importa!
¡Bienvenido a Tirana, amigo!”. Así son todos.
Como el
mismo país está en una etapa de querer nutrirse con cultura externa, es difícil
identificar qué define a Tirana. Yo diría que, ante todo, es el desorden. Por
ejemplo, la terminal de micros es un predio de cemento grande (sin mucha más
estructura) ubicado frente a una rotonda (que, por supuesto, también es
caótica), y tiene los ómnibus apelmazados, saliendo y entrando como pueden, con
gente gritando a dónde va su formación, y un montón de personas confundidas
deambulando para entender qué corno está pasando. Al llegar ahí, la imagen
parece más propia de un país como India o Pakistán, que de una ciudad europea.
El otro
factor es la curiosidad. Sienten mucho aprecio por los extranjeros, y por eso
siempre te vas a sentir bienvenido en cualquier lugar, sea una casa, hotel o
restaurante.
Igualmente,
cuando ves cómo quieren adecuarse a las reglas y cultura occidental de forma
tan abrupta, te da un poco de mala espina por ellos, casi previendo que en
menos de 20 años todo lo que están construyendo puede colapsar.
Dato que
quizás les interese: El trabajo número 1 de los jóvenes son los call center.
En Tirana
estiré mi estadía, y les firmo que Albania es un destino para pasar un largo
tiempo. Hay muchas opciones de voluntariados en hosteles, por si a alguien le
interesa. Ellos te dan comida y cama a cambio.
6. Skopje,
Macedonia: Nunca más.
La capital
macedonia fue el destino que menos disfruté hasta el momento. Por supuesto que
tuve un buen pasar, pero se quedó chica al lado de las demás urbes.
Hasta la
última baldosa del centro de la ciudad se sintió falsa. Cientos de estatuas sin
sentido; edificios magníficos con estética antigua, pero que no tienen más de tres-cuatro
años; y la utilización de la figura de Alejandro Magno como referente nacional,
si bien de él queda poco y nada, y no hay manera de conectar la actual cultura
macedonia con lo que fue su legado (quizás los más de 2000 años de distancia
tengan algo que ver).
Ojo, la
gente es súper cordial, pero la corrupción del Gobierno en la obra pública es
evidente al punto que asquea, y el enganche histórico simplemente no funciona,
más teniendo en cuenta que en el museo de arqueología en general sólo tienen
réplicas de cosas de Alejandro Magno. De todas maneras, ese museo es muy
interesante y profesional.
Vale
aclarar que las afueras de Skopje son otra cosa, pero igual no vuelvo.
7. Sofía,
Bulgaria: La más linda.
Sofía te
mira, se sonríe, y ladea la cabeza hacia un lado con ternura. Mientras, algunos
pétalos caen de su corona de flores, y terminan acariciando la tierra como
quien ha vuelto a su hogar.
Algo así
escribí en mi reseña de la ciudad en Booking, y ya me imagino que habrá un par
de personas putéandome porque no les aporté nada de información pero, qué
importa, si Sofía es una belleza, con sus paisajes, plazas llenas de flores, su
gente y sus edificios. Todo es lindo al punto que te terminan saliendo
corazones de la cabeza cuando vas por la peatonal principal.
Eso fue la
capital búlgara para mí, y me hubiera quedado varios días más, de no ser por la
curiosidad que imperaba en mi cabeza por conocer Bucarest.
Perdón,
Sofía, no quise abandonarte, pero tenía un viaje por delante L
8. Bucarest,
Rumania: Buenos Aires con cuervos.
Me sentí
como en la capital argentina por el trato de la gente, los múltiples edificios
grisáceos, el café delicioso, las puteadas de los conductores, y el regreso de
la comida de buen nivel hasta en el lugar más ignoto.
El problema
de Bucarest es que es muy caro, y prolongar tu estadía puede dolerte en serio.
Por suerte encontré un lugarejo al que ir a cenar por dos mangos, y con
porciones abundantes. Claro que sólo fue una comida al día.
Quiero
decretar que la visita a la capital rumana vale la pena ya solamente si vas a
visitar el Palacio del Parlamento. Es sencillamente increíble, y forma parte de
los lugares que hace años vengo chusmeando online, junto con Hagia Sofía, o el
Registán (entre otros).
Quedé muy
feliz con la última ciudad de los Balcanes.
9.
Aleatorio: No me importa de dónde venís.
Por favor
sepan que lo que diga el pasaporte no hace a la efervescencia entre dos
personas. Claro que cosas como el idioma, o referencias culturales en común
ayudan a facilitar el puente entre ambos, pero esto no indica para nada que
tengas onda.
En general,
en estas ciudades todo está bastante occidentalizado, por lo que las
diferencias en el mano a mano con alguien son relativamente pocas (comparando
con lo que uno a veces espera), y con los jóvenes diría que casi no hay. Los
desencuentros son los mismos que podés llegar a tener con un argentino, y
tienen que ver con formas de ejercer tu vida o evaluar ciertos escenarios.
Te podés
encontrar con gente que considerás genial, y otra que te parece completamente
imbécil. Te pasa en Argentina, te pasa en un viaje, y seguramente te pasará el
resto de tu vida.
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